Todavía es temprano para determinar cómo será la relación entre las diferentes organizaciones mexicanas y los mexicanos en general, con el actual cónsul general, Eduardo Arnal Palomera, si serán buenas, malas, o regulares. No puedo citar una organización mejor que la Sociedad Cívica Mexicana para aquilatar las relaciones consulado-comunidad y hasta hoy, sé que con Arnal Palomera son, digamos, normales, pero, aparte, hay eventos de las federaciones de oriundos de diferentes estados y otras actividades claves que se avecinan como las elecciones del Consejo Consultivo del IME (Instituto de los Mexicanos en el Exterior) las campañas presidenciales de México con un impacto en el activismo de los ciudadanos mexicanos organizados en las tres corrientes partidistas. (Arnal Palomera es de corte panista).
Con el cónsul general anterior, Manuel Rodríguez Arriaga, fueron malas, el hombre escogió individuos supuestamente “claves” en nuestra comunidad y a dos o tres medios de comunicación como para no ocuparse de los demás, no obstante se quejaba del trato que le daban unos directivos y ciertos medios informativos.
Rodríguez Arriaga no fue el peor en esta brevísima historia que cuento de memoria. A mediados de los 90’s Oliver Farrez Martins, quien, como dije en su oportunidad, tal vez pensaba que Chicago era un ejido, y atacaba públicamente a quienes no se identificaran con sus ideas políticas.
Años después vino Heriberto Galindo, ex-diputado federal (como el actual cónsul general) y ex-funcionario del Partido Revolucionario Institucional, muy activo, de gran curiosidad, excelente orador, intentó formar una especie de club priísta, mientras se embarcaba en una campaña “cristiana” con la repartición de Biblias.
No menos militante de su partido, el PRI, lo fue Alejandro Carrillo Castro en los primeros años de los 90, fino, artista, no ajeno a las sospechas de co-rrupción, y el primero que vi en una junta de la Sociedad Cívica Mexicana, haciendo preguntas, asesorando. Otros cónsules, antes y después que él, han participado de una forma u otra en los quehaceres de la SCM.
“Mi cónsul favorito” le dije una vez a Leonardo Ffrench quien como remanso de paz llegó al consulado después del tormentoso Farres Martins; Ffrench convivía con todos, opinaba, y se embarcaba en sabrosas pláticas en lo cultural, lo político o histórico.
Quien más tiempo permaneció en las cuatro décadas de la actividad consular que conozco fue Carlos Sada Solana, “el de los tres presidentes”, llegó cuando al presidente Ernesto Zedillo le quedaban pocos meses de gobierno y partió cuando Felipe Calderón tenía unos meses como presidente. Sabía a quienes acudir y con quién hablar.
A su llegada, hay cónsules que se sorprenden ante una comunidad mexicana organizada, mejor que la de Los Ángeles o Houston, mexicanos que no se impresionan con títulos diplomáticos, paisanos que saben más sobre sus derechos que los coterráneos de otras partes de la Unión Americana, gente presta a denunciar si se enteran que los empleados del consulado y/o el mismo Cónsul General, vienen a ser servidos, no a servir.
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