Se ha iniciado la temporada fría en Chicago, pronto se empezará hablar de nevadas y de bajos grados de temperatura, con su respectivo factor del viento a la intemperie. Ante esta inclemencia natural es la comunidad inmigrante, los recién llegados, con dos o tres años de vivir en Chicago, o en uno de sus suburbios, la más vulnerable.
Apenas hace unos días, al ser activado el sistema de calefacción de una oficina, cuatro personas se desmayaron con los humos en el suburbio de Highwood, el primer reporte de estos casos de la temporada.
En estos meses fríos, abundan las muertes por monóxidos de carbono, el asesino silencioso que hace años mató a toda la familia Orejel que vivía en una casa del suroeste de Chicago.
En cada invierno no faltan los reportes policíacos y clínicos sobre parejas de novios o amantes que meten su carro a la cochera y para estar calientitos dejan el motor en marcha, y con la cochera cerrada, el monóxido de carbono se acumula y los mata.
Al empezar el frío hay que prender el sistema de calefacción que tiene por lo menos seis meses sin ser utilizado y es cuando surgen escapes de gas; por otra parte, al usarse la estufa como calentador alterno, hay escapes de humos a veces invisibles, y es precisamente cuando ventanas y puertas están herméticamente ce-rradas para que no entre el frío, lo que agranda el peligro de asfixia.
Los que tenemos viviendo en el área de Chicago muchos años, algunos décadas, experimentando casos, acumulando experiencias, con el gas, el humo y en cómo evitar accidentes fatales, tenemos el deber de informar de estos peligros a los que no saben velar por su seguridad, hay que ayudarlos.
Se debe empezar ya a hacer algo, con amigos, familiares y vecinos, antes de que sea demasiado tarde. “Hubiera”, es la palabra más despreciable que se pronuncia después de la tragedia ocurrida y que pudimos haber impedido.