Es un deber rescatar del olvido una gran tragedia mundial, sobre todo si la misma consiste en hechos con pérdidas de mi-llones de vidas humanas, y que alguien con ideologías opuestas quiere que se olviden.
Sobre la traición mundial en el pacto de Yalta, traición a lo acordado ahí por Winston Churchill, Franklin D. Rooselvelt y Joseph Stalin, poco se ha escrito, tal vez porque tiene que ver la traición indirecta a la Iglesia Católica y a la democracia en Europa que ni Rooselvelt ni Churchill denunciaron debidamente porque ellos mismos sólo estaban interesados en el éxito de sus respectivos gobiernos.
En una caricatura política de la época, aparecen sentados en un salón de reuniones de aquella ciudad del sur de Ucrania los tres líderes, como trew pillos repartiéndose botín, o sea una parte de los países europeos, como premio en las manos del ambicioso Stalin ante la sonrisa complaciente de los gobernantes de Gran Bretaña y los Estados Unidos.
De la traición comunista de Stalin habla el periodista mexicano Salvador Borrego y categóricamente lo reafirman todos los papas, desde Pío XII hasta la fecha, quienes se han referido al Pacto de Yalta para recordar las claras evidencias de una complicidad de Estados Unidos y Gran Bretaña, tal vez porque eran naciones cristianas las afectadas.
Stalin no cumplió los acuerdos hechos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y en vez de retirar sus tropas de Polonia, Alemania y otros países que habían estado ocupados por los nazis, encarceló a los líderes que esperaban poder establecer regímenes democráticos, puso en ellos comunistas soviéticos o comunistas nacionales y mantuvo sus tropas para fortalecer a la Unión Soviética.
¿Por que firmaron el pacto confiando en Stalin quien ni en Rusia había permitido elecciones democráticas?. ¿Por qué no denunciaron inmediatamente la traición cuando Stalin se negaba a retirar sus tropas de Polonia y de la mitad de Alemania?. ¿Cómo permitieron que un régimen dictatorial y sanguinario ocupara el lugar de otro régimen igual de inhumano?.
Hay razones externadas gráficamente y con datos en un reciente reportaje gigante de la cadena PBS. Estados Unidos no quería enemistarse con Stalin en la espera de que éste la ayudara a combatir a los japoneses en ese mismo año. Los ingleses, por su parte, estaban llenos de remordimiento porque no le habían ayudado a Stalin, quien al iniciar su marcha hacia Alemania pedía que se formara un segundo frente para derrotar con mayor rapidez a Hitler. Pero eso no razón para que no se denunciara apropiadamente ante el mundo la traición comunis-ta que historiadores católicos como Borrego y Trian Romanescu, llaman complicidad, y todo hace suponer que han tenido la razón porque resulta muy extraño que en estos dos países no se haya generado una conciencia histórica de los hechos que son ignorados, una vez más, por razones ideológicas y políticas con el interés de no favorecer a las demo-cracias cristianamente concebidas.