Si la democracia es relativa, en los Estados Unidos sobran ejemplos para demostrarlo: candidatos falsos, candidaturas negociables, maniobras para hacer que un sector vote menos que otro, centros de votación que abren convenientemente tarde, las boletas que hay que tomar para votar, etc.
El hecho de que el poderoso “Speacker of the House” de Illinois, Michael Madigan, tenga tres rivales fantasmas es algo muy común, lo que conviene a los políticos que no quieren perder el puesto en el que llevan 10, 20 años o más, tiempo en el cual han aprendido a reconocer a las personas que votan por ellos, o sea al llamado “voto duro”, el que no cambiará porque está bien comprometido con el político, ya sea regidor, alcalde, legislador federal o estatal.
Estos dinosaurios de Chicago saben muy bien como mantenerse en el puesto. “Le dije que si se lanzaba contra mí se iba a arrepentir, que le iba a exponer todos los problemas que ha tenido con su ex-esposa” me confesó hace años un regidor en plena campaña de reelección; otros como este, ofrecen empleo a sus rivales a cambio de que se retiren y llegar al día de las elecciones sin ningún opositor.
Tantas maniobras hay en las campañas políticas y tan pocas leyes que regulen ese comportamiento, que el público ya se dio cuenta, los ciudadanos no son tontos, han aprendido varias lecciones a través de los años que llevan acudiendo a mítines de apoyo, a votar a las urnas, al leer ataques y contraataques en la literatura acumulada en sus buzones lo que hace fácil su decisión de no votar.
En el caso particular de Madigan, ¿para qué votar por él o por sus rivales, si da lo mismo? Hay otros políticos como Edward Burke que pueden ser reelectos cuantas veces lo deseen, entonces ¿para qué votar por sus opositores que tal vez sean los títeres del encumbrado “líder”? ¿Para qué votar por el buen aspirante que se le opone si es sabido que no va a ganar?
Por eso se da el cinismo del ciudadano común y corriente que expresa en su satisfacción de haber votado, no por el mejor sino porque el que va a ganar. Cada vez son menos los votos “de conciencia” o, por lo menos, “de castigo” que pudieran representarle un campanazo de alerta al sistema.
La democracia la forjan solo los ciudadanos que votan, pero cuando estos voten cada vez menos, hasta hacer innecesaria esta importante práctica, estarán forjando un gobierno de generales, comandantes o caudillos, dictadores que no permiten ninguna elección, mucho menos el surgimiento de líderes como Burke, Madigan y demás, los mismos causantes hoy, de esa peligrosa desilusión.