Las escuelas públicas de Chicago son comparables a la mona, la que “aunque se vista de seda, mona se queda”. Hay en esta ciudad bellas escuelas, unas muy modernas, otras muy grandes, unas cuentan con alberca, otras con cancha de basquetbol, otras con gimnasio y si acaso hay problemas en algunos edificios, no deberían ser utilizados como causa o motivo para que los estudiantes no se superen.
Por otra parte, es bien cierto que hay escuelas públicas con cierto nivel de exclusividad y con mayores presupuestos, pero también es cierto que se trata de jóvenes cuyos padres están mejor posesionados económicamente, y que velan mejor por un completo ambiente de superación que incluye forzosamente el hogar y la familia.
Las recientes protestas tan airadas en contra del cierre de unas escuelas públicas y la consolidación y reorganización de otras, están aparentemente bien fundadas, pero no refutan lo irrefutable: que la educación en las escuelas públicas puede ser tan buena como bueno sea el empeño y la dedicación con amor y atenciones que los padres dediquen a sus hijos.
Universalmente lo que se espera de una escuela es un techo y un maestro para cada grupo, lo demás es circunstancial, dependiendo de recursos secundarios para pupitres, puertas y ventanas, eso y mucho más tienen todas las escuelas públicas de Chicago, que para la superación de sus estudiantes requieren mentes despejadas y cabezas frescas, algo que hay quienes creen “imposible”, ante el diario descontrol alentado por cientos de canales de televisión y un aparato que llámese celular, i’phone o i’pod, viene a desconectar a los padres de sus hijos en una forma muy alarmante.
Son principalmente los padres –y en segundo lugar las escuelas- quienes tienen que hacer algo para mejorar el nivel de aprendizaje de sus hijos y elevar su calidad académica y después, si los desean, pedir escuelas más apropiadas para sus hijos. Si no ponen la educación paternal en primer lugar, la mejor escuela, la más moderna y mejor ubicada enfrente o a unas cuadras de su casa, no hará ninguna diferencia.
Los maestros y los administradores de la escuela se entusiasman con alumnos que muestran ganas de aprender, deseos de superarse, que llegan al salón de clase alentados por sus padres en un hogar amoroso y tranquilo, algo que parece mucho pedir, pero no existen otras formas, son requisitos morales y sociales que, si no se cumplen, será fácil que tengamos, en los mejores edificios escolares, los peores estudiantes del mundo.