La muerte de un joven negro a manos de un policía de Ferguson, Mo., y la subsecuente respuesta estilo militar de la policía a las protestas, da luz a dos perturbadores fenómenos: el perjuicio racial y la militarización policiaca.
Generalmente, hay grandes simpatías hacia la policía que se queda a hacerle frente a todas las consecuencias de una vergonzosa falla, a negociar con numerosas enfermedades sociales como alud mental y pobreza. Dicho lo anterior es esto lo que pensamos de los hechos en Ferguson, población muy cercana a Illinois: la policía actuó fuera de control haciendo lo que no hubiera hecho en un suburbio de blancos.
Si creemos lo expresado por numerosos testigos -y la gente entrevistada parecía digna de creer- los fatales disparos contra Michael Brown, de 18 años de edad, constituyeron un asesinato. Hubo una confrontación entre Brown y el policía que le disparó, pero el oficial fue quien aparentemente empezó a disparar mientras Brown corría y no dejó de disparar cuando el joven se dio vuelta alzando sus manos para rendirse.
La comunidad negra, que integra dos terceras partes de la población, reaccionó furiosa las algunas protestas del miércoles, y el domingo se convirtieron en saqueos. La policía local reaccionó como si se tratara de un acto terrorista, los oficiales estaban en ropas militares y postraban armas del ejército como se veían detrás de vehículos blindados de asalto apuntando a los ciudadanos que ejercían sus derechos constitucionales.
Ese aspecto militar en un pequeño pueblo, no contribuye a mejorar las relaciones entre las autoridades y su comunidad, cualquiera que ésta sea.
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