Tuvieron que ver en mi formación dos sacerdotes de nombre Juan, Juan Bañuelas, en México y Juan Ibarzábal en Chicago, ambos seguieron la pauta firme de una doctrina de dogmas y anatemas, la del respeto al clero ortodoxo. Entonces simpatizar con obispos como Helder Cámara de Brasil y Sergio Mendez Arceo de Cuernavaca, Morelos, era “desviarse”.
En Chicago he vivido el celo de la iglesia recta y vaticana y al mismo tiempo la abierta a las comunidades, a los pobres y a los inmigrantes que, a diferencia del Padre Juan, proyectaban sacerdotes como Pedro Rodriguez (QEPD) y Jim Colleran, sin embargo nunca noté un desvío básico doctrinario de los cuatro sacerdotes aquí nombrados y sé que su dedicación a la vida espiritual ha sido la apropiada con la mística en torno al sacerdocio con la profunda espiritualidad que radian en cada consagración.
Podría estar en desacuerdo con otro sacerdote, mi paisano y amigo, el Padre José Luis Castillo, (fallecido en Chicago hace cuatro años), a quien en esta ciudad conocí a mayor cabalidad, no compartía algunas de sus ideas políticas o sociales, pero en mi libro de fe y devoción fue un sacerdote santo, se transforman durante el Santo Sacrificio de la Misa, como la mayoría que he conocido.
Digo lo anterior ante los despistados que hoy se asustan con la apertura del papa Francisco hacia los pobres, los enfermos, los inmigrantes y los desposeídos, que no es otra cosa sino parte de la doctrina social de la Iglesia, la que es Maestra y Madre al mismo tiempo, la que denuncia a los pecadores del mundo pero también la que debe mostrar amor, compasión y estar dispuesta a perdonar.
En los últimos 60 años, ha habido Papas para cada criterio católico, si a Juan Pablo Segundo y Pablo VI se preocupaban más por la parte espiritual y por la base de la doctrina, Francisco, con un estilo similar al de Juan XXIII, rescata la parte corporal que sufre, la que nos hace semejantes a Dios en carne, hueso y formas que por ser contenedores de una alma, merecen dignidad y ser tratados con caridad y compasión.