Mientras que se dice, y se repite desde hace décadas, que los mexicanos radicados en los Estados Unidos producen ingresos económicos, divisas comparables a las del petróleo y el turismo, toman preponderancia las maniobras para no reconocer nuestros derechos.
Sin ir lejos, en Chicago son muchas las voces de mexicanos que dicen “para qué”, “ya nos venimos”, “nuestros hijos nacieron acá”, opiniones basadas en la apatía y en un descuido ciudadano producto de la desinformación sobre nuestra condición, más que como mexicanos, como seres humanos.
Mientras que es un hecho de que la comunidad mexicana establecida en este país, tiene menos intereses en México, no debe dársele la espalda al uso y al abuso que a nuestras espaldas hacen, no solo el gobierno, sino los partidos políticos y una parte de la prensa que ignora, o no le importa, nuestro potencial, empezando por lo económico y lo político.
Además, debe importar la dignidad humana implicada en el voto, tan importante para otros inmigrantes que cada que hay elecciones en su país, acuden a votar en los consulados, y son países más alejados que nuestro México, como Ecuador, Colombia, Polonia y demás.
El que ya podremos obtener la credencial de elector en el Consulado General de México es bueno, porque, además, el documento tiene amplia validez en nuestro país, no como la matricula consular completamente desconocida allá donde, por el contrario, están muy listos para recibir la remesa anual de decenas de billones de dólares.
Pero no nos vayamos con la finta, como parte de ese regateo ante lo que queremos y necesitamos, no han facultado la expedición de las suficientes credenciales de elector que aquí bien se podrán otorgar, con esto, el aparato oficial mexicano le da vuelo al concepto del “voto mocho” que se nos ofrece desde las elecciones presidenciales del 2006 y 2012 por carta y por correo electrónico respectivamente.
Esta cerrazón para ejercer un derecho tan básico como el de votar tiene un nefasto motivo: negar a millones de mexicanos la libertad de decidir sobre quién queremos que gobierne en México, lo mismo implicaría una constante preocupación del partido en el poder, además de la pereza y la desconfianza de los principales partidos que no han querido atender ni administrar las inquietudes de más de 30 millones de mexicanos radicados en el extranjero.
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