La Iglesia se mueve en forma misteriosa, toda vez que es una organización religiosa y los misterios abundan en la Iglesia Católica, y los nombramientos a puesto de ascenso, son la forma más patente de esa misteriosa forma de conducir su administración.
Como un testigo al margen de los hechos, mi experiencia data de cuando era un adolescente y al fallecer el obispo Luis Cabrera Cruz, de San Luis Potosí, los comentarios entre los fieles más enterados, inclusive entre seminaristas y no pocos sacerdotes, se citaba a los padres más famosos y célebres de la diócesis; el nombramiento recayó en un obispo de Morelia, Michoacán. Nadie se lo esperaba.
Era 1980, en Chicago el obispo auxiliar Navin Hayes (quien hablaba un castellano bien aprendido en Perú) dejó gran parte de sus responsabilidades debido a su edad y su estado de salud. Se citaba el nombramiento de un obispo hispano, el primero en la historia de la arquidiócesis de Chicago. Tres años más tarde surgió el nombre de un sacerdote llamado Plácido Rodríguez, el nuevo prelado era un desconocido en los ámbitos del liderazgo latino. Cuánta humildad la del obispo nombrado, que se sorprendió al conocerme siendo yo un simple comentarista y reportero de WOJO-FM 105.1. Era párroco de Nuestra Señora de Guadalupe en el barrio de Sur Chicago. Diez años más tarde sería nombrado obispo de Lubock, Texas, y después, mostrando un entusiasmo casi infantil del Obispo Rodríguez nos contaba que los fieles de Lubock salieron a las calles de alegría para celebrar al saber que por primera vez les mandaban un obispo mexicano; su toma de posición se llevaría a cabo en un estadio lleno de fieles.
Chicago, ha contado con otros obispos auxiliares dedicados a la feligresía latina. Después de Monseñor Rodríguez, siguió el obispo John Manz, párroco de una iglesia de La Villita, y posteriormente fue nombrado el sacerdote potosino Gustavo García Siller, quien radicaba en California y es hoy obispo de San Antonio. Con la misma modalidad de sorpresa, hasta para el mismo nombrado, recibió el báculo pastoral el ahora obispo Alberto Rojas, originario de Aguascalientes, también surgido de una parroquia de La Villita. “Nadie sabe, nadie supo” como suele decirse. Antes del nombramiento del padre Rojas, se citaron los nombres de sacerdotes más conocidos o “populares”.
Lo que sé de cierto en estos quehaceres de la Iglesia Católica, es que el sacerdote que exprese sus deseos de ser ascendido o haga cualquier tipo de campaña para que se le otorgue el puesto, no lo obtiene. Sé de una especie de sondeo ordenado por el arzobispo en turno, en este caso el cardenal Francis George, quien, al recabar discretamente los informes envía uno, dos, o tres nombres al Papa, quien hace el nombramiento.
Por lo visto, los sacerdotes más enfocados en su vocación, trabajando duro en las necesidades espirituales, de su parroquia, pueden ser sorprendidos con un ascenso, aunque, por otra parte, hay párrocos tan efectivos que por eso mismo se quedan con esa posición, que puede variar según la parroquia que les asignen. Habrá quienes han querido rechazar un nombramiento de obispo y es cuando más se les pide que lo acepten, es, además, una orden papal que nadie puede, ni debe, rehazar.