Que al empleado de un bar o de un restaurante sea sorprendido por un inspector de alcoholes después de que le sirve una cerveza a un menor de edad (enviado por el mismo funcionario) sin pedirle una identificación es explicable, porque hay empleados nuevos, patrones descuidados que no instruyeron debidamente a su mesero, pero cuando esto le pasa a los políticos es condenable.
Se trata de funcionarios públicos que ya reciben buen salario –a veces más de uno- de los que pagamos impuestos, individuos que llegaron a donde están prometiendo honradez, honestidad y diciendo que se dedicarán a servir a su comunidad, no solo a quienes les donen dinero para sus campañas o les dan sobornos para que les ayuden inmoralmente a un negocio, un proyecto o a obtener un empleo.
Por eso no veo mal que haya trampas para estos “servidores públicos” que si se las hacen a un mesero que atiende en la barra por qué no hacérselo a los políticos para comprobar quién cumple con la ciudadanía, que no diga lo que es indebido, y no tome lo que no le pertenece.
La trampa, repito, más sencilla que la que aquel inspector le puso al mesero, se la han puesto, la policía y el FBI a muchos políticos, más recientemente a un senador estatal del área de Chicago, Derrick Smith, detenido hace dos semanas minutos después de que aceptara $7.000 dólares en un sobre con billetes de $100 a cambio, supuestamente, de que diera una carta de apoyo para que el gobierno de Illinois facilitara $50,000 dólares de iniciales para establecer un centro para el cuidado de niños.
“Que no quede ninguna señal de esto” le dijo el senador a la persona que trabajaba en su campaña política que concluía el pasado martes, sin saber que el individuo que le entregaba el dinero había sido convencido por el FBI de que tentara al político que terminó por morder fácilmente el anzuelo, olvidándose de todo principio ético, aceptando un soborno de alguien “de confianza”.
Hay quienes me han dicho que estas trampas “no se valen” que el gobierno hace mal en provocar así la caída de estos líderes, pero en esto tiene toda razón, para depurarse así mismo, para que un político, ya sea regidor, congresista federal, alcalde o senador estatal como Smith, rechace cualquier donativo, propina, regalo o paga por un trabajo por el cual ya se le ha pagado con un salario nada despreciable.
Podría defender, sí, al mesero o al cantinero que le sirve una cerveza por error, por olvido, o ignorancia, a un menor de edad, pero no al político, al que se le paga muy bien, no solo para hacer un trabajo, sino para servir de buen ejemplo ante su comunidad.