Siendo muy joven Jeb Bush vino a Chicago como prate del equipo de campaña de su padre George Bush, entonces aspirante a vicepresidente compañero de fórmula de Ronald Reagan candidato a Presidente.

Hablando español se entrevistaba con un grupo de republicanos cubanos en el ya desaparecido restaurante “El Mesón” de la Avenida Milwaukee. Jeb Bush hacía campaña por su padre en tiempos en que su hermano mayor, George W. Bush, combatía su alcoholismo en el vecino estado de Wisconsin.

Después Bush se casaba con una joven mexicana, y tal vez porque en Texas no había lugar para tanto poder de los Bush de mudó a Florida y ahí floreció políticamente ganando la gubernatura de ese estado, al que gobernó durante dos periodos, ocho años, donde, por ley, no podía gobernar cuatro años más.

Aquella impresión de su visita a esta ciudad se fortalece con su historial, que consiste en pequeña parte en haber ayudado a un político cubano llamado Marco Rubio, ahora senador federal y a quien, ahora, supera en asuntos latinos, de inmigración y de política en general y en esto no puede ser mejor el alumno que el maestro.

La casi declarada candidatura presidencial de Jeb Bush, podría impedir la candidatura presidencial de Rubio, porque si este es inteligente y respetuoso tal vez no se interponga en el camino.

Este Bush es diferente, es directo, claro y moderado, está sazonado con los sentimientos latinos que aprendió viviendo y estudiando en Perú y en México donde conoció a su esposa, Columba.

A través de las décadas, desde aquella visita al restaurante de la Milwakee, Jeb Bush ha cultivado grandes simpatías y seguidores, cubanos, mexicanos, puertorriqueños, principalmente republicanos y demócratas moderados que no desconocen la base de inmigrantes de este gran país, ni los aportes de los vecinos del sur que no solo tienen narcotraficantes y coyotes sino también, entre muchas cosas buenas, importantes universidades y lindas mujeres, cosas positivas que bien conoce el tercer Bush que podría ocupar la Casa Blanca.