Antes de que se conviertan en ciudadanos de estados unidos a los inmigrantes se les hace un acto de juramentación el cual dice en parte “declaro y juro que renuncio a todo acto de fidelidad a cualquier príncipe, potentado, estado soberano del cual he sido sujeto y ciudadano”.
Las palabras parecen las mismas que firmemente establecen los principios de “una persona, un país”. Sin embargo, la doble ciudadanía ha sido aprobada por la Suprema Corte de los Estados Unidos y en 1967, declaró que el Departamento de Estado violaba la Constitución al negarse a dar pasaportes a los ciudadanos estadounidenses que habían votado en las elecciones nacionales de Israel.
La decisión declaró nula la ley que indicaba que “una persona nacional de Estados Unidos ya fuera por nacimiento o por naturalización, pierde su nacionalidad al votar en una elección política de otro país”.
El concepto de la doble ciudadanía o para este caso, el de la doble nacionalidad, es problemático y puede causar profundas divisiones cada vez que un ciudadano se deshaga de los privilegios como ciudadano americano.
La ciudadanía debe ser una horma sobre la cual se pueda vivir y trabajar permanentemente en este país y este es el caso que debe quedar bien establecido, cuando se ve que hay más inmigrantes deseando optar por la ciudadanía si es que pueden mantener la ciudadanía de su país de origen. ¿Y por qué no? No tendrían que ceder nada.
A propósito, cuando en 1998 se estableció en México que no se perdería la nacionalidad mexicana si se adoptaba la ciudadanía de otro país, aumentó la cantidad de inmigrantes mexicanos solicitando la ciudadanía americana.
También es cierto que la doble nacionalidad (virtualmente lo mismo que la doble ciudadanía) socava la unidad de los ciudadanos de Estados Unidos en lo que corresponde a su origen étnico, su religión y lugar de nacimiento.
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