Diferentes investigaciones han demostrado desde hace tiempo, que la cárcel para jóvenes es un riesgo más que los lleva a salirse de la escuela sin graduarse para terminar a la filas de los desempleados, lo que hace que queden atrapados en el sistema de justicia.
Por lo tanto, cada vez más estados y municipios mandan menos jóvenes infractores de la ley a instituciones carcelarias y más a programas de la comunidad donde se mantienen conectados a sus familias lo que reduce el riesgo de que vuelvan a delinquir.
La cantidad de menores en las cárceles bajó de 107,000 en 1996 a 71,000 en el 2010 y continúa bajando y todo esto está bien, pero las mismas autoridades podrían reintegrar todavía a más jóvenes si hicieran un mejor trabajó al educarlos y atender más sus necesidades de quienes necesitan de educación especial, porque padecen enfermedades emocionales y abuso de substancias, lo que aflige a una gran cantidad de menores.
Es un error asumir que todos los adolescentes de los centros de detención son “casos sin remedio”. Un nuevo estudio realizado por la Southern Educational Foundation, agencia no lucrativa con base en Atlanta, muestra que dos terceras partes de los menores encarcelados en el 2010 no cometieron delitos de violencia.
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