La única persona que aspira a la presidencia y que es originaria de Chicago, Hillary Rodham Clinton, ha pasado todo este verano dando a conocer sus propuestas como parte de un “suave populismo” que no son las de un “insurrecto” como Bernie Sanders, pero lo suficientemente progresistas como para tener de su parte a los votantes demócratas.
Ha hablado del crecimiento económico, del estancamiento de los salarios, de los pequeños negocios, del costo de la educación universitaria, de inmigración, de reforma al sistema de justicia criminal y de los cambios climáticos, entre otras cosas.
Pero algo falta en su agenda, un asunto importante que los demócratas han estado olvidando: reformar el gobierno federal, o como dijeran los demócratas del candidato Bill Clinton en 1992: “reinventar el gobierno”.
Es fácil ver por qué este año hay gran disgusto en los demócratas que, como Sanders, muchos que creen que el sistema político está roto y que el gobierno no funciona. Una encuesta del Pew Research Center, encontró que sólo el 24% de los americanos cree que el gobierno federal hace bien las cosas en la mayoría de los casos.
Hillary Clinton, ha tomado el papel de activista del gobierno federal hablando de crear empleos con el gasto en obras de infraestructura, darle mejor forma a las empresas por medio de incentivos con impuestos, rehacer el sistema de préstamos a estudiantes universitarios, financiando la educación preescolar, ideas muy apropiadas para una campaña demócrata, pero un demócrata tiene que convencer también a ciudadanos menos partidistas de que el gobierno federal es capaz de gastar su dinero en forma inteligente y que eso puede hacerse.
El estar al frente de la contienda demócrata tiene sus desventajas, encabezarla como una Clinton y responder preguntas desde las donaciones a la Fundación Clinton hasta los correos electrónicos, razón de más para que ella utilice también el legado de su esposo.
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