Cuando mi abuelo Daniel Sifuentes trabajaba de obrero en 1925 en algún lugar de Waukegan, los mexicanos se orga-nizaban para construir en el barrio de Sur Chicago un templo dedicado a la Virgen de Guadalupe, en el templo de San Francisco (Halsted y Rooselvelt)se celebraban las primeras misas en español, y Joliet ya contaba con una organización llamada Junta Patriótica.
Entonces los mexicanos éramos llamados también “inmigrantes” como los que hoy integran el grueso de quienes piden una reforma a las leyes de inmigración para normalizar el estatus de 12 millones de indocumentados, también había temores y calumnias contra los mexicanos que con el tiempo –muy pocos años después- demostraron que venían a formar parte de los Estados Unidos de América.
El alcalde de Joliet lo reconoció en la entrevista de la semana pasada: “han levantado la calle Collins y ni siquiera han venido a pedir ayuda”, refiriéndose a las decenas de negocios y a la gran actividad que se ve en dicha arteria y a otros lugares de esa población.
En Joliet, que en historia tal vez supera todas las poblaciones vecinas de Chicago, como, digamos, Elgin, Aurora, Melros Park, Galena, Carpentersville, etc. los mexicanos han dejado ser “inmigrantes”, porque ya son parte del crisol de razas que progresa y avanza, tal vez no con los resultados vistos en los primeros colonos europeos o en quienes les siguieron como los alemanes, los irlandeses y los italianos, pero han encontrado su propio nicho en el altar de la Patria que ya es más ésta que la que dejaron hace un siglo, aunque todavía muestren orgullosos sus colores y hablen con gran soltura su idioma.
Ignorancia, parece palabra fuerte pero no encuentro otra más apropiada para señalar la causa del rechazo de quienes se oponen a cualquier iniciativa legislativa que favorezca a los inmigrantes que hoy tocan la puerta de la Nación. Que lo inmigrantes no hablan inglés, que no se hacen ciudadanos, que no educan a sus hijos o que no pagan impuestos, son medias verdades o mentiras completas.
No nos extrañe esa falta de conocimiento de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que hemos hecho dejando huellas bien visibles en todo el país, cuando en el Senado donde el grupo de hombres “sabios” que podría ser de verdad “la conciencia de la nación”, cometen graves errores. Al debatir el anterior y fallido proyecto de reforma migratoria uno de ellos e refería a nosotros como “extranjeros”, y “gente de afuera” a lo que saltó embravecido el también senador federal Ken Salazar: “no venimos de afuera, ya estábamos aquí. Mis abuelos y mis bisabuelos llegaron hace siglos a Colorado”. Si el propio senador Salazar –hoy secretario del Interior- veía problemas con su identidad debido a la ignorancia de sus colegas, qué podemos esperar de la vida diaria con gobiernos locales, que ven invadidos sus terrenos y su poder y reaccionan con vulgaridad.
Queda mucho por hacer para exaltarlos valores de los mexicanos de Joliet y de otros que radican en Estados Unidos desde siempre, son parte de la historia, aunque legisladores, alcaldes, gobernadores y el propio presidente se nieguen a darle una repasadita.