Hace dos años fue asesinado en Chicago el estudiante Francisco Valencia, joven de 21 años, carismático, estudioso y tan amistoso, que ayudaba a otros estudiantes de la universidad De Paul a superarse en las clases donde estuvieran atrasados. El mismo decía que quería dedicarse a la política y llegar a ser presidente de Estados Unidos.
Pero lo mataron un par de pandilleros, supuestamente, porque no los dejaban estar en una fiesta, en la cual el brillante estudiante era un invitado más, en una casa alquilada para una celebración de “Haloween” en el norte de la ciudad.
El pasado viernes, en el juicio de uno de los pandilleros culpables, la familia de Valencia despotricó contra el acusado de darle muerte, Narciso Gatica, quien tenía 19 años cuando supuestamente cometió el asesinato. “Dejen de matar a nuestros hijos”, “no sean cobardes”, decían los fami-liares de la víctima refiriéndose a los dos pandilleros, uno de los cuales, Gatica, era enjuiciado ese día.
Sin estar en desacuerdo con lo expresado por aquellos dolientes de Valencia, lo que se les diga a estos maleantes: que son “cobardes”, “buenos para nada”, “basura” y que actúan como animales, no hay que olvidar que, libres, por las calles de esta ciudad y poblaciones vecinas hay miles de jóvenes integrantes de los cientos de pandillas que habitan en casi cada uno de los barrios de esta ciudad. Se trata de adolecentes criminales, unos son hasta menores de edad, otros van a la escuela como “hijos de familia”, tienen papás, viven en una casa, o sea, son integrantes de la sociedad.
Pero cómo son sus padres, cómo los educan –si acaso se preocupan por educarlos- debe ser hoy la preocupación de todos; primero de los mismos jefes de familia, después de las escuelas y sin deslindar del todo en esta obligación a las iglesias y, por supuesto, al mismo gobierno; son factores creadores de un conjunto de valores morales y sociales que tiene que ver con que haya, o no haya, muchachos desalmados, asesinos de 19, 20 o 22 años de edad.
Hay en nuestros días miles de familias, matrimonios, que continuarán produciendo maleantes, si los mismos jefes de hogar no atacan la raíz del problema, siendo mejores padres, preocupándose más por la familia, darle más tiempo a los hijos, mejores ejemplos de amor y de respeto.
Si la familia es mediocre, tendremos una sociedad pésima; solamente si la familia es excelente, podremos gozar de una sociedad muy buena, sin crimen y con buenos estudiantes, y por consiguiente, buenos gobernantes.
Mientras haya familias, que no sean otra cosa que reducto de pandilleros (aunque muchos jefes de ese hogar lo nieguen) estaremos lamentando balaceras y asesinatos en cada uno de nuestros barrios.
El problema esta en las familias, y radica, más que nadie, en los padres que tienen que gobernar bien sobre sus hijos, con el amor, el tiempo y la paciencia necesarios, de lo contrario, seguiremos sabiendo de más pandilleros como Narciso Gatica, y de más estudiantes asesinados como Francisco Valencia.
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