Hay padres que se preocupan tanto por tener una buena casa, grande, y a veces hasta con lujos, para la cual trabajan tanto, que descuidan el cuidado de sus hijos y la misma relación con su esposa. Los resultados de esa falla son ya conocidos y se resumen en esta frase: lograron tener una casa, pero perdieron su hogar.
Esto no significa que las fami-lias no deban vivir en una casa propia, sino que en el proceso de adquirirla, los padres no deben descuidar algo que es más importante: los moradores de la misma.
Al actor Juan Soler le preguntaron recientemente si había afectado a sus niñas el haber mudado su familia de México a la Argentina, a lo que él respondió: “no, porque mi esposa y yo siempre estamos con ellos, cuentan con nosotros día y noche”. Otra vez, la importancia del hogar que necesita la familia, las afectuosas paredes humanas que nunca podrán sostener una casa, pero sí un hogar.
Esto mismo tienen que tomar en cuenta miles de familias latinas que anualmente se van de la ciudad, a los suburbios o de un suburbio a otro “mejor”, buscando mejores casas, mejores barrios, un mejor ambiente de comunidad, pero en ese afán por la seguridad que suele ser sólo en apariencia, en su lucha por la mejora material casa-barrio-pueblo, se pierde el enfoque central de la familia que debe ser el matrimonio y los hijos, y que su hogar cuente con lo necesario: tiemßpo para convivir, amor y comprensión.
Cuando un matrimonio empieza la tarea de comprar casa o planea mudarse a otro pueblo, a una área mejor, ese esfuerzo debe ser también moral, pensando en el componente principal, o sea la familia, que si necesita una buena casa, también necesita un buen hogar, de lo contrario, esa casa por más bella que sea, estará fría y vacía.