Como otros columnistas, el veterano conservador George Will, hace de la candidatura de Donald Trump, una merecida mofa de quien “quiere salvar a Estados Unidos de los violadores mexicanos”, desgraciadamente, las columnas de Will, uno de los más prestigiados periodistas del país, son poco leídas por quienes más necesitan de opiniones centradas, aparte de que los estadounidenses leen cada vez menos.
Mientras tanto, Trump sigue ganando elecciones, estado por estado, porque hace promesas con una exageración casi infantil, con la que encuentra mejor eco en personas de bajo nivel educativo, y lo hace con un lenguaje del niño rico que habla a sus vecinos de sus juguetes “muy, pero muy, muy grandes”, de que su papá “es muy, muuuuy rico”… Trump es también un bullie que ante la más simple refutación reacciona con un “cállate, no eres nadie”…“no tienes nada”, “nadie te quiere”, “eres muy poca cosa”.
Si Estados Unidos no puede solucionar el problema de 11 millones de inmigrantes indocumentados, Trump dice a sus seguidores que la solución es “una barda muy, pero muuuuy alta, la más alta de todo el mundo”.
¿No le recuerda esto, amigo lector, al riquillo del barrio que solo se juntaba con uno para presumir sus juguetes, o la televisión nueva que habían comprado en su casa? ése es el candidato que “le llega” a las masas de la sub-cultura política de los Estados Unidos, con tanto éxito, que ha hecho que otros sigan su ejemplo o, por lo menos, se sumen a su campaña, como tristemente lo ha hecho el gobernador de Nueva Jersey, Christ Christie, en una actitud oportunista, al apoyar, no al mejor, sino al que lleva la delantera con su llamativa caravana de exageraciones e insultos.
Hay sensatos republicanos que tocan las alarmas de advertencia, porque saben que su partido quedaría debilitado con la nominación de Donald Trump. Por otra parte, el mismo sistema electoral puede aun salvar a los republicanos, porque las masas no son las que realmente deciden quién será su candidato presidencial, son los intermediarios portadores de los votos, los delegados, quienes tienen la última palabra al elegir al nominado, por eso ya hay quienes empiezan a hablar de una nominación “negociada” en la Convención Presidencial de julio, con la posibilidad de que sea otro candidato, no Trump, el nominado, hasta se habla del carismático y centrado Paul Ryan, congresista de Wisconsin, líder de la mayoría republicana en la Casa de Representantes, a quien los republicanos acudieron en octubre para que ocupara la importante posición como Speaker of the House, o posiblemente del mismo Mitt Romney, declarado enemigo de Trump.
Si los crédulos republicanos cayeron en las redes del bufón de Nueva York, los delegados en poder de sus votos podrían cambiar el proceso y salvar al partido, y probablemente al país, de una de las ridiculeces más grandes de su historia.
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