En una reunión de análisis realizada recientemente en Casa Michoacán, sobre el proyecto senatorial de reforma migratoria que está para cambios y debates en la Casa de Representantes, se habló contra el conformismo de quienes esperan que los congresistas acepten la ley aprobada por los senadores.
La misma legislación, como fue enviada a los congresistas, es en sí injusta para los 11 millones de inmigrantes indocumentados, crearía una permanente clase de tercera en los mismos inmigrantes “beneficiados”, no se diga ya de los que, por muchas razones, no alcanzarán los magros beneficios de la técnicamente llamada S744.
Lo dicho en Pilsen coincide con dos artículos publicados en esta página editorial en las dos semanas anteriores, escritos por veteranos activistas de Texas y California que denuncian la ley enviada a la Cámara Baja como una virtual condena, y que está muy lejos de parecerse a la que benefició a casi 3 millones de indocumentados en 1986.
¿Ciudanía para unos cuantos, 13 años después de aprobada la reforma? ¿Lista interminable de requisitos que hará que solo el 40 por ciento de indocumentados cumpla con los requisitos? ¿50 billones de dólares para convertir la frontera en un gigantesco muro de Berlín?
Como dijera Antonio González en su entrega de hace tres semanas, “como se ven las cosas, es mejor no reforma que una pésima reforma”.
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